Seleccionar página

¿Cuál es la razón por la que continúas meditando? ¿Qué es lo que te atrae para comenzar a meditar?

De vez en cuando recuerdo a mis alumnos que evalúen sus motivaciones para meditar y que eviten usar la meditación como una forma de escapar de los problemas.

Ahora hay muchas aplicaciones para meditar, audios de todo tipo, una industria floreciente de libros, cursos presenciales, retiros. Ya se conocen los nombres de gurús de meditación, sean del mundo espiritual, como del clínico como del desarrollo personal.

Es parte de la respuesta natural a un mundo que hace poco se vino abajo. La crisis financiera evidenció una sensación quizá latente de que no todo es bonito en el mundo del progreso. Ahora somos más conscientes del daño que hacemos al planeta, del daño que nos hacemos a nosotros mismos por el estrés y los excesos que van asociados a nuestra forma de vida.

Y ante ese estrés y caos, la gente queda cautivada por la moda de la meditación, por las sensaciones placenteras que se producen cuando te sientas, respiras, quizá escuches una música agradable de fondo, una voz suave que te repite frases positivas.

La realidad es que la meditación no debería usarse para evitar los momentos malos. No hay nada preocupante en tratar de sentirse mejor, en cultivar una actitud positiva, no quiero que se me malinterprete. Pero el cultivo de “sentirse bien” conlleva el riesgo de que bajemos la guardia y convirtamos el mindfulness en un refugio al que retirarnos cuando el mundo en que vivimos no responde a nuestras expectativas.

No hay nada reprochable en querer sentirse mejor cuando las cosas van mal, en querer superar las dificultades. El problema, como en todo, es el abuso del remedio, que se convierte entonces en una enfermedad.

Como un adicto cuya tolerancia se incrementa y cada vez necesita más cantidad de droga, un uso inadecuado del mindfulness hace que cada vez queramos desterrar mas y mas cosas incomodas de nuestra vida.

Y tenemos que recordarnos a nosotros mismos que no todo lo malo de la vida se puede desterrar.

No controlamos casi nada de lo que nos ocurre en la vida, y querer usar el mindfulness para hacernos sentir bien (infundiéndonos una falsa sensación de control basada en moralina superficial), termina por pasar una factura bastante cara.

Y es que mientras estamos agustito en nuestra burbuja de serenidad/comodidad, la vida sigue su curso. Y llega un momento, antes o después, en que la vida te suelta una hostia tan tremenda que no la puedes apaciguar con tus retiros de mindfulness, ni con tu sesiones de crossfit, ni con tus gintonics premium.

Hay dolores para los que no sirven los paños calientes, ni las frases de Osho, ni la actitud positiva, ni las fotos preciosas con frases de Mr. Wonderful bordadas con un corazón.

Ante el dolor descarnado y real, ante el sufrimiento que te retuerce las entrañas, ante las verdaderas putadas de la vida, a veces lo que hay que hacer es llorarse, dolerse, gritar, descubrir al amigo que te ayuda de verdad aunque esa ayuda sea un estar en silencio junto a ti. A veces hay que dejar los chakras a un lado, las energías del universo, el karma, los ángeles. A veces hay que meter todas esas cosas en un cajón, al lado del orgullo, justo detrás de las ideas preconcebidas, y pedir ayuda de verdad. Ayuda real.

La meditación no debe llevarnos a crear una burbuja diferente y más molona, debería ayudarnos a reconocer cuándo es el momento de aparcar las cosas que no necesitamos, incluso cuando las cosas que no necesitamos sean las propias prácticas de meditación.

Porque a veces hay que tirar de coraje y seguir adelante. Incluso como un zombi, hay que dejar de buscarle el sentido al universo. Ya vendrá luego el momento de reparar, de construir, de sanar.

El hecho de meditar no te inmuniza frente a los desastres de la vida. Si crees que es así, comienza a levantar las alfombras de tu casa.

Medita con moderación, no vaya a ser que luego te lleves el golpe igual y culpes a la práctica en lugar de a tus expectativas.

Pin It on Pinterest