Hace poco vi el documental sobre la vida de Oliver Sacks, el neurólogo y divulgador que se hizo famoso gracias a libros como «el hombre que confundió a su mujer con un sombrero» o «despertares«. Me llamó la atención la personalidad que mostraba Sacks a lo largo del reportaje. Era una persona afable y curiosa, humilde y empática.
Esta empatía y curiosidad quizá fue la que le llevó a interesarse tanto por la vida de sus pacientes y a tratarles con esa humanidad que fue su mayor virtud. Sacks, como afirma él mismo a lo largo de la película, estaba genuinamente interesado por la experiencia subjetiva de las personas, por cómo todos nosotros vivimos la vida de una manera particular e inimitable.
Todos percibimos el mundo de una forma única
Nuestras experiencias, memorias y aprendizajes dan lugar a una forma de ver el mundo que es solamente nuestra. Podrá ser similar a las de muchos otros, pero sólo nosotros vivimos nuestra vida. Sólo nosotros experimentamos lo que nos sucede.
Oliver Sacks había comprendido esto y lo había integrado a un nivel muy profundo. Cuando interactuaba con sus pacientes entendía que debía abrirse a su experiencia, a la experiencia de ellos, no a la interpretación convencional que damos por hecho y que creemos que es igual para todos.
Oliver escuchaba a las personas y trataba de comprender su forma de ver el mundo. Esta apertura para aceptar los puntos de vista de los demás requiere capacidad de adaptación, flexibilidad y empatía.
La pandemia nos hizo más conscientes
A principios de 2020, cuando estábamos en el primer golpe de la pandemia, los muros de esa interpretación convencional de la realidad se agrietaron. Fueron momentos en los que, de manera forzada, todos tuvimos que ejercitar esas cualidades ante un suceso inesperado. Como tantos otros, yo también sentí temor por todo lo que estaba ocurriendo, pero como psicólogo y como practicante y profesor de meditación también hubo durante esos momentos cierta sensación de esperanza: durante un tiempo, habíamos salido del piloto automático de la rutina y todos fuimos un poco más conscientes. Nos dimos cuenta de la importancia de la sanidad, de ayudar a otros, de tener gestos hacia nuestros semejantes, sean familiares o no, conocidos o desconocidos.
Incluso, en los breves momentos que salíamos a hacer la compra, fuimos más conscientes de las cosas que tocábamos con las manos, como en los ejercicios de mindfulness que propongo a mis alumnos.
Sin embargo, esos muros de la rutina son fuertes y a lo largo de este año hemos vuelto a la (falsa) seguridad que da aferrarse a la razón individual, a lo que suena cercano a lo mío. Hemos vuelto a pensar que hay una forma correcta de hacer y ver las cosas y nos olvidamos de que todo es circunstancial, todo depende de lo que has vivido y de cómo lo has vivido. Ha vuelto a aparecer el conflicto, el gregarismo, la otredad.
Recuperemos la apertura
Y, en la semana final de este año tan terrible, el azar ha situado a mi abuela en el centro de la mirada pública. Mi abuela, que me preparaba los guisos mientras yo jugaba con muñequitos de papel recortado, ha pasado a la historia como la primera española en recibir la vacuna del covid. Al hacerlo pedía que «todos nos portemos bien para acabar con este virus». Tan fácil que hasta un niño podría comprenderlo. Tan difícil que nos está costando a todos ponerlo en práctica.
Parte de lo que ejercitas con el mindfulness es precisamente mantener viva esa conciencia de lo que haces y de cómo lo haces. Es una gimnasia mental para escapar del piloto automático de la rutina y no caer en el engaño de que tus pensamientos son una verdad sólida y única. No trata solamente de estar relajado y reducir el estrés, sino de abrirse a esa experiencia tan maravillosamente compleja que es la vida, en la que estamos todos inmersos, igual de perdidos.
La fortaleza de mi abuela Araceli
Lo fácil hubiera sido quedarse en lo conocido, en la comodidad de la rutina. Esperando ver qué pasa antes de tomar una decisión, quizá incluso dejando que otros decidan por ti. Mi abuela no. Cuando se lo ofrecieron, no lo dudó. Es un adaptarse más en una larga vida de adaptarse a lo que te trae el mundo. Lo ha hecho porque tenía que hacerlo, porque es importante. «Para ver si este virus nos deja en paz«, sabiendo que es un gesto importante para todos.
Hoy la he visto con la misma naturalidad y desparpajo que siempre. Se siente uno raro al ver a un ser querido en las pantallas en un mundo en el que hay parece que hay más pantallas que seres queridos. También ese es parte del mensaje de hoy: que hay que quererse más, hay que empatizar más, hay que hacer cosas por los demás.
Con el sencillo gesto de hoy, mi abuela nos ha vuelto a dar un regalo inmenso, una lección de humildad, adaptación y empatía. Ha mostrado que no hay límite de edad para mantenerse abierto a nuevas experiencias. No hay límite de edad para tratar de hacer algo por los demás. Ojalá estos gestos no queden olvidados demasiado pronto por el peso de la rutina.
¡Gracias, abuela!
Olé Araceli! Que orgullo de abuela Jose. Un placer leerte.
Agradecida por siempre que en este año nos hayas regalado tus clases de MF. Olé por ti también (volveré!!)
Gracias, Marina! Para mi también es un placer poder contar contigo. Tanto en las clases como fuera de ellas. Un fuerte abrazo y felices fiestas!