Seleccionar página

Sentarse a meditar no es suficiente. Conozco a personas que llevan practicando durante mucho tiempo, durante años incluso, y que observan con frustración cómo los viejos hábitos les siguen generando sufrimiento.

 

Durante las primeras semanas, el practicante que nunca había meditado no suele encontrarse con esto. El hecho de sentarse y observar la respiración produce un alivio inmediato y desconocido hasta entonces. Durante esta etapa dulce, se experimentan muchos cambios con respecto a los viejos patrones. Poco a poco uno va profundizando y se adentra en el terreno de la actitud que mencionaba en la anterior entrada, y quizá se mantengan estos efectos beneficiosos.

Image courtesy of Marcus74id/ FreeDigitalPhotos.net

Image courtesy of Marcus74id/ FreeDigitalPhotos.net

 

Sin embargo, cuando la práctica se ha vuelto rutina y sentarse en meditación ya se ha integrado en nuestra vida diaria, puede que nos descubramos a nosotros mismos enganchados en pensamientos, emociones o actividades que creíamos que desaparecerían con la magia de la meditación. En cierto modo, es como un giro del péndulo: estamos enganchados en rutinas que nos crean sufrimiento, comenzamos a meditar y empezamos a descubrir oasis de serenidad en mitad del caos diario. Después, los oasis se vuelven algo habitual y nos sorprendemos al seguir sintiendo sufrimiento.

 

Se puede decir mucho de este tipo de situaciones, que no dejan de ser un problema entre lo que hay y lo que creemos que debería ser, o entre la percepción dualista de nuestra realidad. En lugar de centrarme en estas cuestiones, quiero escribir hoy sobre un paso más allá de la práctica, que he titulado las grandes reglas de oro.

 

Si las pequeñas reglas de oro son las instrucciones que nos damos cuando estamos realizando la meditación, las grandes reglas tienen que ver con lo que ocurre antes y después de la práctica. Fuera del cojín hay una vida que experimentas. Una vida que, por unas razones o por otras, te ha llevado al cojín. Por eso es importante que en el resto de tu vida te esfuerces por ser una buena persona. Parece una instrucción de Perogrullo, un poco tonta, y por eso mismo me sorprende el poco énfasis que en los diferentes ámbitos dedicados al mindfulness se hable de esto. Si no llevas un estilo de vida correcto, sentarse en el cojín a meditar tendrá muy poco valor en tu vida. Se convertirá en un hábito “new age” más.

 

Lo que subyace en el fondo es la voluntad de uso del mindfulness. Como dice Thich Nhat Hahn: “Si consideras mindfulness como un medio para obtener más dinero, entonces no habrás encontrado su verdadero objetivo” El maestro Thay hablaba sobre la inclusión del mindfulness en el mundo empresarial y las vinculaciones que algunos hacen entre el mindfulness y el incremento de la eficiencia laboral. Pero puede también utilizarse para cualquier otro ámbito de la vida. Utilizar la práctica como un medio para alcanzar algo no es el verdadero sentido. Meditar como medio para ser o tener algo más no funciona. Como también dice el maestro vietnamita “No hay un camino hacia la felicidad; la felicidad es el camino”.

 

Entonces; ¿Por qué es necesario esforzarse por ser una buena persona? Tratar de ser bueno no puede ser un ideal o una frase hecha, se trata de llevar una vida correcta, ética, de manera que cuando nos sentemos a meditar la práctica pueda aparecer por sí misma. Hablo de esforzarse porque uno puede pensar que simplemente evitando hacer cosas malas ya es suficiente, cuando lo cierto es que hay un cierto grado de compromiso y de proactividad. Se trata simplemente de tratar de no generar más sufrimiento a los demás ni a uno mismo, y para eso es necesaria mucha fuerza. A eso me refiero con tratar de ser una buena persona. Si uno sigue un modo de vida incorrecto, egoísta, ajeno al sufrimiento que derivan de tus acciones, tarde o temprano esas conductas irrumpirán en tu meditación y te impedirán avanzar en la práctica.

 

La última gran instrucción de oro es atender al conocimiento que desvela la meditación. Con la práctica, individual o en grupo, uno aprende cosas que normalmente nos pasan desapercibidas. Quizá sea sólo que al meditar aprendemos a pararnos y escuchar, pero lo cierto es que aprendemos cosas sobre nosotros mismos y sobre el mundo. Esta sabiduría tiene que encarnarse y hacerse viva con el estilo de vida correcto, de manera que cada ciclo nos ayude a nosotros y a los que nos rodean. Es, como en el símbolo del zen, una rueda que se retroalimenta pero que nunca es igual: vida correcta, práctica de la meditación y sabiduría.

Pin It on Pinterest