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A lo largo de un día cotidiano experimentamos muchas, muchísimas emociones. Estas se pueden desencadenar por muchos disparadores diferentes y las podemos experimentar en muchos grados distintos. Desde el ligero malestar por la temperatura elevada del metro, hasta el sobresalto del claxon del coche de atrás cuando se pone el semáforo en verde, nuestro mundo sobreestimulado no sólo nos proporciona una agitación mental en forma de pensamientos, sino que también nos produce muchos altibajos emocionales.

Lo habitual es que no prestemos atención a todos esos cambios emocionales que se producen a lo largo del día. Pero cuando llevas tiempo realizando prácticas de meditación de cualquier tipo se puede producir un hecho curioso: puesto que ahora tu nivel de conciencia de las cosas es más elevado, también eres más consciente de tu situación emocional cotidiana.

 

Por eso, cuando uno lleva practicando durante un tiempo meditaciones que potencian la serenidad y la atención (las prácticas que encontraréis en Meditaminas en la categoría “Mente”), es necesario comenzar a trabajar en la gestión emocional. Este trabajo complementa los avances que se producen en tu desarrollo.

Una primera práctica para acercarse a las emociones es, como siempre, darse cuenta. Ser consciente de qué, dónde y cuándo se despiertan las emociones en nuestro día a día. Y es que eso que genera emociones varía de persona en persona porque tiene un componente biográfico muy importante.

Por tanto, un primer ejercicio para trabajar con las emociones puede ser el observar tus emociones a lo largo de la semana. Saca al explorador que hay en ti para descubrir qué te emociona y en qué grado.

Trata de descubrir cada día, qué emoción se ha producido en tu día a día y ponle un nombre de acuerdo con su intensidad.  Esa mala cara que me han puesto, ¿me molesta? ¿me disgusta? ¿me irrita? ¿o me enfurece? El lenguaje acerca de las emociones es muy rico. Recuperemos esa riqueza de matices, porque también hay una riqueza de respuestas a esas emociones.

También trata de descubrir dónde en tu cuerpo se traduce esa emoción. ¿Hay tensión en los ojos o la mandíbula? ¿Hay tensión en las piernas o malestar en el pecho?

No trates de ir más allá en este momento. Simplemente observa. El primer paso para gestionar nuestras emociones es ser consciente de ellas. No tengas prisa, porque cuando realices este ejercicio durante una semana completa, comenzarás a conocer con objetividad cómo reaccionas y qué patrones tienes sobre los que puedes trabajar más adelante.

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