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Es tiempo de continuar contando cómo fue mi primer acercamiento a la meditación Zen, en el dojo de «Zen in London«. La primera parte de esta serie puedes leerla aquí.

 

 

zen*

zen* (Photo credit: Rocío Lara)

 

Después de la introducción al mundo Zen, Alex (el instructor del dojo) y yo volvimos al salón donde esperábamos a la hora de inicio. De la misma forma que nosotros con Santiago, antes de iniciar la práctica de meditación, hacemos un pequeño “precalentamiento”, allí cada cual se preparaba para empezar por libre. Algunos hablaban entre ellos, otros simplemente esperaban en silencio; y Alex se ponía su “ropa zen” para oficiar la ceremonia. Sí, incluso en la práctica semanal, el encargado de dirigir la meditación debe mantener la formas y Alex se enfundó en los ropajes típicos del Zen, de tonos oscuros y sobrios.

 

El ritual de la meditación en sí es mucho más solemne de las prácticas que realizamos nosotros en Madrid. Todos, en fila de a uno, fuimos entrando en el dojo con el cojin en la mano y en silencio. Una fila de personas con paso lento, reverenciando al buda envuelto en los humos del incienso y caminando con riguroso orden hasta alcanzar un lugar en el cuadrado de alfombras negras. Cerrando la procesión, Alex y dos personas igualmente vestidas de monjes, que supongo eran sus novicios.

 

 

Cuando estuvimos todos sentados y con nuestra posición de loto, tocaron un gong para indicar el inicio del zazén. La meditación que realizamos fue de 25 minutos sentados, luego unos cinco o diez minutos de kinhin y después otros veinte de zazén final. Como era de esperar, no hubo más instrucciones, comentarios, ni guías. Los estrictos rituales y las normas sobre la postura son tus acompañantes durante la hora que dura la práctica.

 

 

Una vez comenzada la meditación, el toque de gong es lo que marca el cambio de Zazén a Kinhin y de nuevo a Zazén. En la segunda parte de Zazén, en un momento dado, Alex comenzó a recitar algo en inglés. Entre la concentración y el cansancio, no acerté a entender lo que estaba diciendo, aunque me imagino sería algunos textos zen o de buda.

 

 

La práctica zen me pareció muy dura. Normalmente medito veinte minutos en posición del loto. En Londres estuve casi cincuenta, con una pequeña pausa de pie que casi resulta más dolorosa. En casa, una vez que termino la meditación, estiro las piernas para que recobren la circulación, pero en el dojo, cuando suena el gong, todo el mundo se levanta para realizar el kinhin, sin casi tiempo para recuperar la movilidad, así que te levantas con las piernas dormidas y doloridas. Después de la experiencia, comprendes que en los textos zen digan que los pasos del kinhin sean tan pequeños como “medio pie de largo cada vez”. ¡Las piernas no dan para más!

 

 

Sin duda, la peor parte fue la segunda, en la que ya acumulas el cansancio físico de la primera parte y la atención está menos fresca. Cuando tocaron el gong en el kinhin y la gente volvió a sentarse en zazén, empecé a sentir el cansancio, el frío de Londres y el desgaste de la atención. En esas circunstancias, el ego se muestra con toda su fuerza. Posiblemente ese sea el objetivo de tanto ritual: el de cabrear al ego para que se muestre y puedas dedicarte a practicar con él, que es lo importante.

 

Français : Zen-Dojo-Sarbacana (Paris) (Musique...

Français : Zen-Dojo-Sarbacana (Paris) (Photo credit: Wikipedia)

 

El caso es que llega un momento en el que te empiezas a cuestionar todo: estás sentado en una postura incómoda, ya dolorosa, no hay ningún estímulo externo, y estás de cara a la pared. Llega un momento en que el dolor de las piernas y el cansancio despiertan al ego que saca todo su arsenal de supervivencia para convencerte de que salgas de ahí, de que cambies de postura, total sólo estás de paso, que si la iluminación no depende de la postura, que lo importante es lo que practicamos en Madrid… terrible.

 

 

Tuve que hacer un esfuerzo ímprobo para mantener mi atención en la pared, y para cuando sonó el gong final estaba aterido y, no sé si por el frío o por el esfuerzo, empecé a temblar incontroladamente.

 

 

En ese momento, todos nos dimos la vuelta hacia el centro del dojo, y los dos novicios de Alex nos repartieron unos papeles con una oración japonesa. Para entonces todos nos podíamos sentar libremente, aunque yo estaba temblando tanto que lo único que intentaba era sujetar la hoja para que pudiera leerla.

 

 

La oración estaba escrita fonéticamente para que todos la pudiéramos leer, así que de repente la sala se llenó de un cántico uniforme, grave y rítmico. Me resultó muy curioso. Al principio era totalmente incapaz de recitar la oración. Temblaba y me castañeteaban los dientes, así que resultaba un tanto torpe. Pero luego, poco a poco, a medida que iba dejándome llevar por la cantinela los temblores fueron pasando y me quedé como nuevo. No sé si esa era la intención de la oración al final de la práctica, pero a mí me sirvió para recobrar la compostura tras el tremendo esfuerzo realizado.

 

 

Al terminar de leer; el final como el principio. Nos fuimos levantando uno por uno, en orden, en silencio. Recogimos el cojín y abandonamos el dojo cruzando el listón de madera, inclinándonos ante el buda del centro.

 

 

Con todo lo complicado que es el Zen, después de la experiencia en Londres me pareció comprender un poco mejor el sentido de su filosofía. No quieren hablar para no inducir a nadie, para que no puedas generarte expectativas, para que cada uno pueda recorrer su camino a su manera y a su ritmo. Los rituales, las formas, la manera de realizar las cosas son las guías que te van a llevar por ese camino. La razón de ponerse frente a la pared, de ser tan estrictos con la postura, todo eso, en el fondo, es para provocar a tu ego.

 

 

Porque al final siempre se trata de lo mismo; del ego

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