¿Te has preguntado por el motivo que te llevó a meditar? ¿Y por el motivo que te ha mantenido ahí? ¿Lo has observado con detenimiento y objetividad? El ego es hábil escondiéndose en nuestra falta de humildad, nuestro rechazo a reconocer zonas oscuras en lo más profundo de nosotros. El origen de nuestras prácticas de meditación puede ser un buen lugar para que el propio ego se retire.
Supongamos que seas del tipo de personas que buscan, que llevan buscando toda su vida. Quizá esa búsqueda la movió la curiosidad o una sensación difusa (de carencia, de falta de plenitud, de algo gris en el borde de los ojos). Tienes el recuerdo de que siempre te has movido así, indagando aquí y allá, hasta que algo te llamó la atención de las prácticas espirituales, o de esta práctica en concreto, y has profundizado en ella durante los últimos meses o años.
El ego, que al principio se ha retirado o se ha disuelto con las nuevas prácticas, ha emergido de nuevo lentamente, condensándose a medida que profundizabas. Es, al fin y al cabo, lo que subyace en tu identidad de buscador, por lo que no se ha ido del todo. Y llegará un momento en el que ese mismo ego buscador sea el que te impulse a buscar una nueva práctica o una variación de esta misma.
Resulta paradójico porque las disciplinas que tratan de acabar con el ego son las que finalmente generan un ego quizá más resistente. Como aquello de que si quieres esconder un libro, el mejor lugar es una biblioteca, o el cliché de las películas en las que uno finge su muerte para que nadie siga persiguiéndole. Algo parecido hace nuestro ego. Se deja matar para que parezca que ya está. Pero no.
Escondido bajo tu nueva apariencia, tu ego está ahí. Y puede que lo descubras al ver los viejos patrones de tu personalidad aparecer. El buscador tarde o temprano termina necesitando buscar más lejos o más profundo. El consumidor siempre ha fagocitado todas sus diferentes aficiones con la misma intensidad competitiva. El sufridor nunca encuentra el sol suficientemente brillante ni la serenidad suficientemente calma. El reparador siempre tiene grietas que cubrir.
En el budismo se habla de “volver a la plaza del mercado” y yo pensaba que era una metáfora para indicar que, tras la práctica formal, había que volver al mundo y vivirlo, disfrutarlo. Como si hubieras estado entrenando en un “dojo” una serie de artes marciales y el lugar para poner en práctica lo aprendido fuera en la calle.
Pero quizá el sentido sea otro. Sea el de volver completamente.
Evidentemente, puedes seguir practicando. Evidentemente, serás una persona diferente, quizá más sana, quizá más libre.
A lo que me refiero es que a lo mejor no tienes que estar todo el tiempo en el mundo espiritual. Todo el tiempo leyendo a gurus pasados y presentes, probando diferentes prácticas, haciendo retiros y cursos. Quizá volver a la plaza del mercado sea eso, pasar de todo este mundo de espiritualidad y frases bonitas y seguir con tu vida.
Al fin y al cabo, esto de meditar, o tus valores o creencias espirituales, son cosas importantes en nuestra vida y nos permiten vivir la vida de una forma más saludable y adaptada. Como cepillarse los dientes, por ejemplo. Yo no estoy suscrito a las revistas sobre tendencias en el cepillado, ni me voy cinco días al campo junto a un grupo de odontólogos de renombre para experimentar el frescor inigualable de los enjuagues bucales (“Trasciende la placa dental en un retiro de cinco días que te dejará fresco y luminoso”). No conozco a los gurús del flúor ni compro sus libros ni veo sus conferencias en youtube.
Me cepillo los dientes. Y ya.
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