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Este es el templo de Preah Prohm Rath, en Siem Riep, Camboya. Como Siem Reap está al lado de los templos de Angkor, es una ciudad rebosante de vida y dinero, por lo que los templos budistas están más limpios y decorados de lo habitual. Y como Siem Reap esta muy cerca de Tailandia, esta decoración es más hortera de lo que cabría esperar en un templo budista theravada.

 

Pero no es del templo de lo que quiero hablar, sino de un señor que encontré allí, uno de tantos encuentros anónimos que tuve en ese país.

Encontré al monje de Siem Reap barriendo un aula vacía. Era mayor y me recordaba a mi abuelo, con gafas redondas y gruesas y piel tostada. Empezamos a hablar de la ciudad y del templo. Cada vez que le preguntaba, el me respondia con amabilidad, explicaba algo brevemente y aguardaba en silencio mi siguiente comentario.

Espacio abierto de meditación en el templo de Siem Reap

De esta forma, el monje de Siem Reap me enseñó algunas cosas sobre la ciudad, sobre el templo, sobre la meditación y sobre el budismo en Camboya. Y durante esa conversación también descubrí que el monje de Siem Reap daba clase en la universidad enseñando historia, matemáticas, sánscrito y otras asignaturas.

 

Lo que me llama la atención a día de hoy es que eso, el hecho de que el monje de Siem Reap fuera un profesor universitario, fue un dato circunstancial de la conversación. Durante todo el rato que hablamos tuve la sensación de que él estaba a mi servicio, por asi decirlo.

 

Lo importante alli no era el monje de Siem Reap, el monje de Siem Reap era solo el instrumento para responder las dudas que tenia. No me resulta fácil describir la diferencia que encontré entre esa conversación y las habituales de aquí. Aquel monje de Siem Reap respondía sin ego, movido únicamente por su intención de servicio.

 

En las conversaciones de nuestro mundo suele haber una sutil sensación egoica. En ellas, cada participante busca reforzar su yo, tener razón, ganar. Y para ello, a menudo recurrimos a argucias verbales, como nuestra lista de logros, nuestro conocimiento especial o cualquier otra cuestión que nos otorgue una «ventaja cognitiva«. En esas conversaciones, la gente habla de su estatus de profesor univeristario para darse importancia. Quiza no tenga que ver con el tema, pero, ¡ey! te lo digo para que veas que yo sé de qué va esto, que por algo soy profesor (y universitario, además).

 

El monje de Siem Reap, sin embargo, había comentado su papel en la universidad de un modo totalmente diferente. Sin darle importancia. Sin darse importancia. Sólo porque le había preguntado sobre su vida diaria y quería responderme antes de seguir barriendo la escuela con una escoba de cerdas de las de antes.

 

 

Es difícil transmitirlo, pero cuando habéis conocido las dos situaciones es fácil reconocer la diferencia entre esas conversaciones. Para los que no, es como dice Thich Nhat Hanh en uno de sus libros, que es complicado explicarle el sabor de una naranja a alguien que no lo ha probado nunca una naranja.

 

Como las de esta foto, que son naranjas camboyanas. Naranjas, si, pero raras y con un sabor curioso, algo asi como, como… bueno, ya sabéis, como a naranjas camboyanas.

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