Una de las máximas más habituales para generar hábitos saludables en tus conductas cotidianas es la de encontrar un espacio adecuado para realizarlas con regularidad.
Cuando se trabaja con niños en educación, por ejemplo, se recomienda que haya un lugar en la casa destinado al estudio y que este lugar esté correctamente acondicionado: con una buena iluminación, ordenado y sin distracciones. Estas recomendaciones son igualmente aplicables en la vida adulta, cuando una empresa da la opción del teletrabajo a sus empleados. También en el Feng Shui se toman muy en serio que la casa y sus habitaciones estén correctamente situadas y prestando atención a los elementos decorativos y/o obstáculos que puedan dificultar el flujo de las energías. Por último, en meditación también se recomienda que cada uno encuentre un lugar que facilite la práctica y hacer las “sentadas” en él.
Todo esto ayuda a generar un hábito continuado, pero ¿por qué es importante tomarse tantas molestias en algo aparentemente banal como el espacio?
La psicología podría explicarlo a través del condicionamiento; explicando que se asocia el lugar con la práctica del estudio, el trabajo o la meditación. De esta manera, uno entra en el estado mental deseado para la actividad con más rápidez. Ahora bien, ¿qué importancia tiene el orden o la limpieza en esta ecuación? El mismo condicionamiento nos diría que el hábito se puede generar en cualquier ambiente, esté cómo esté, y sin embargo todos aconsejan que el lugar esté limpio y en orden.
Parece lógico pensar que esto es realmente así, que uno se concentra mejor en un espacio agradable que en un cuchitril con las cáscaras de plátanos de la merienda y la ropa sucia desperdigada. A mi me gusta recordar una de las cosas que decía Buda sobre las características de la realidad en que vivimos.
Buda decía que nuestra realidad tiene tres características fundamentales: que es impermanente, que es insatisfactoria y que todo está conectado entre sí. Esta última característica, la interconexión, tiene muchas derivadas detrás, como que no podemos existir de manera independiente de todo aquello que nos rodea. Aparte de implicaciones filosóficas sobre el yo, la interconexión o interdependencia quiere decir que afectamos a todo cuanto nos rodea y todo cuanto nos rodea nos afecta.
Esto es relativamente sencillo verlo en la parte humana de la ecuación: todos nos hemos sentido eufóricos o ilusionados después de ver o escuchar a un orador carismático, pero yo creo que esto también ocurre con los objetos inanimados o con los espacios físicos. De la misma forma que un espacio agradable y alegre nos producirá emociones positivas, determinados espacios nos pueden producir ansiedad o preocupación. El marketing moderno tiene muy estudiado el efecto de la música, la iluminación y decoración de las tiendas (y si no, probada a entrar en un Stradivarius y escuchar la música que ponen), pero el efecto es el mismo en todo lo que nos rodea.
Aunque no seamos conscientes, el espacio nos afecta. Y la éxposición repetida a un mismo espacio va generando en nosotros un microefecto que se va acumulando y condicionad nuestra conducta en estos lugares.
Para mí, la prueba de cómo nos puede afectar algo imperceptible pero continuado en el tiempo la tenemos en la física, con el principio de retroalimentación. En este maravilloso vídeo, los micromovimientos que producen los metrónomos sobre la superficie en la que se encuentran sirve para cambiar su ritmo y sincronizarse después de unos minutos. Flipante.
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