En la práctica del pasado miércoles, una persona del grupo dijo que aquel día su mente estaba más charlatana de lo habitual. Aunque Santiago hace énfasis en mantener la atención en lo que está ocurriendo en el ahora, la mente se afanaba en etiquetar todo cuanto pasaba.
Son experiencias en las que te das cuenta de que tu mente está ahí para etiquetarlo todo. Si tu cuerpo se relaja, de manera automática y no intencional, piensas “me estoy relajando”. Empiezas a ser consciente del frío (o del calor) y al momento piensas “noto frío” o algún pensamiento parecido. Es como si tu cerebro se empeñase en no dejarte sentir la realidad, etiquetando todo cuanto te está ocurriendo.
Me gustó mucho la comparación que hizo Santiago, que se refirió a esos momentos como “la mente que es como un comentarista deportivo” Tu estás viendo el partido, y el comentarista de la tele dice, “fulanito pasa a menganito”. “menganito chuta a puerta” ¡Ya lo sé! ¡Yo también lo estoy viendo!
En la práctica nos centramos en las sensaciones de las que ya somos conscientes sin que medie ningún tipo de “verbalización mental”. No necesitamos un pensamiento que lo etiquete, porque ya estamos sientiendo las cosas. Esa consciencia sin etiquetar es el estado natural. Percibimos el mundo tal cual es, sin mediación de la mente.
A veces me da la sensación de que la mente es una mera traductora de la realidad que percibimos con los sentidos. Cuando cogemos una toalla somos conscientes de su textura, pero esto es así por los dedos, no por la mente. Hay ocasiones en que la tarea del traductor está tan presente que no la podemos evitar y nos asalta el pensamiento verbalizado. En ocasiones es una frase (“¡Qué suave está!”) y en otras una simple palabra (“suave”) o una imagen mental. Puede que sea incluso una asociación de ideas y lo que genera la mente es un osito de peluche de nuestra infancia que tenía el mismo tacto, o la fragancia de las toallas de nuestra madre. El traductor coge cualquier cosa que tenga a mano, incluso la información almacenada de otros sentidos.
El símil de Santiago me pareció estupendo porque recuerda que en esos momentos, la mente no añade nada. Tú ya eres consciente del mundo que te rodea. No necesitas esa vocecita interior que te está diciendo lo que ya vives por otros canales.
Para el budismo, cada sentido tiene un órgano especializado, preparado para captar una determinada señal. La piel es el órgano del tácto, los ojos los de la vista, etc. Y lo curioso es que consideran al cerebro como el órgano receptor de un sentido más, los pensamientos.
Quizá la práctica de la meditación equilibre de alguna manera esos canales, porque al fin y al cabo lo que conseguimos es que los pensamientos no produzcan interferencias con los otros sentidos. Cuando necesitamos de los pensamientos para una tarea concreta, como para planificar el trabajo o resolver un problema, lo utilizamos, y cuando necesitamos los oidos para, pongamos el caso, escuchar una canción, nos deleitamos con la melodía y las emociones que nos produce. No dejamos que los pensamientos se metan de por medio, recordándonos aquella vez que escuchamos esa canción con la pareja que nos dejó, por ejemplo.
Igual que hay veces que tenemos el olfato más fino, o la piel particularmente sensible, puede haber momentos en los que la mente esté especialmente predispuesta a asaltarnos. Ya pasarán. Lo importante es disfrutar del partido ¡No en los insulsos comentarios del reportero!
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