El miércoles pasado, Santiago nos sorprendió con un ejercicio continuado de meditación: 45 minutos sin parar, ¡toda una maratón!
Para los que os lo perdisteis, fue algo parecido a las meditaciones que se deben realizar en los retiros o en la tradición Zen: una primera parte de meditación sentada (creo que debieron ser en torno a quince minutos), luego una parte de meditación andando, después otra sentada y otra final andando. Así, sin pausas entre medias.
Fue un ejercicio curioso, porque nunca había estado tanto tiempo manteniendo, o tratando de mantener, la atención y la presencia. Además del cansancio que supone este esfuerzo sostenido, aprendí cosas interesantes.
Me quedé con uno de los comentarios que hizo Santiago durante la práctica. En la segunda sentada, cuando volvíamos a centrarnos en la respiración y en la conciencia original, Santiago comentó algo así como: “cuando la atención se canse (por el esfuerzo) y comiencen a aparecer los pensamientos, dadles un poco de cancha. Dejad que la atención descanse y permitid que entren los pensamientos, sin engancharos a ellos. Después volved a centrar la atención en el estado de presencia”.
Creo que es importante recordar que no somos titanes, ni tenemos que serlo. La atención es un proceso fisiológico que tiene sus propios ritmos y se cansa, como cualquiera de nuestros músculos. Me gustó el comentario de Santiago porque nos recuerda que también tenemos que descansar la atención, dejarse llevar un poco, aunque sigamos dentro de la práctica.
Cuando focalizamos la atención en el soporte (bien sea la respiración o en el propio estado de presencia), los pensamientos se atenúan y desaparecen. Pero esa focalización requiere un esfuerzo y tarde o temprano notamos que nos cuesta mantenernos ahí. Creo que Santiago nos recuerda que no pasa nada, que podemos descansar de esa atención focalizada y que además lo podemos hacer dentro de la práctica.
Yo descubrí que la atención puede cansarse pero la consciencia no. El espejo sigue reflejando aunque tenga polvo. Descansas la atención y entran los pensamientos, los sonidos, las sensaciones corporales…
La consciencia está ahí, observando sin juzgar. Como si se hubiera sentando en un sillón en un rinconcito de tu cabeza mientras la atención focalizada se toma un descanso. Después haces volver la atención focalizada y vuelves a empezar.
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