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Hay maestros de meditación escondidos en lugares inesperados. Si estáis buscando un libro sobre meditación diferente, os propongo que leáis (o releáis) este clásico de la literatura infantil. Yo lo he terminado hace poco y me he quedado sorprendido por la calidad de las enseñanzas que hay en él.

momo

Volví a él porque un día me acordé de que su trama era muy cercana al mundo de la meditación: al fin y al cabo es la historia de una niña que se encuentra con los terribles hombres grises que roban el tiempo a la gente y la convierten en seres infelices que terminan sin tiempo para nada. Para nada importante, se entiende. Los propios hombres grises son una analogía estupenda de los automatismos diarios: se “fuman” el tiempo de los demás y les contagian de su prisa a través de los deseos y el miedo.

– Querido amigo, usted sabrá cómo se ahorra tiempo. Se trata simplemente de trabajar más de prisa, y dejar de lado todo lo inútil. En lugar de media hora, dedique un cuarto de hora a cada cliente. Evite las charlas innecesarias. La hora que pasa con su madre la reduce a media. Lo mejor sería que la dejara en un buen asilo, pero barato, donde cuidarán de lla, y con eso ya habrá ahorrado una hora…

Además de ser un libro entretenido y encantador para cualquier edad, me encontré con que está repleto de perlas de sabiduría. Una sabiduría muy fácilmente trasladable a la práctica de la meditación.
Os dejo con un par de ejemplos.

El primero es de Beppo el Barrendero; uno de los mejores amigos de la pequeña Momo. El momento en el que le explica a la niña cómo se debe barrer una calle podría estar firmado por cualquier maestro zen:

– Ves, Momo – le decía, por ejemplo -. Las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.

Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:

– Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.

Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:

– Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.

El libro está lleno de momentos como esos. Hilvanados en la historia te encuentras con analogías preciosas de las que puedes sacar un aprendizaje, o una motivación para la práctica. En este otro extracto, el Maestro Hora está hablando con Momo acerca del tiempo y de su origen, y bien podría haber estado firmado por el mismo Eckhart Tolle:

– Si los hombres supieran lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida (…) ¿Quieres ver de dónde procede el tiempo?

– Sí – murmuró

– Yo te conduciré – dijo el maestro Hora -. Pero en aquel lugar hay que callar. No se puede preguntar ni decir nada.

(…)

La columna de luz que irradiaba desde el centro de la cúpula no sólo era visible: Momo estaba empezando a oírla. Cuanto más escuchaba, más claramente podía distinguir voces singulares. Pero no eran voces humanas, sino que sonaba como si cantaran el oro, la plata y todos los demás metales (…) Y, de pronto, Momo comprendió que todas esas palabras iban dirigidas a ella. Todo el mundo, hasta la más lejana estrella, estaba dirigido a ella como una sola cara de tamaño impensable que la miraba y le hablaba.

(…)

– Lo que has visto y oído, Momo – respondió el maestro Hora -, no era el tiempo de todos los hombres. Sólo era el tuyo propio.

– ¿Dónde estuve, pues?

– En tu propio corazón – dijo el maestro Hora, y le acarició el revuelto pelo.

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