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Una de las cosas que más me ha costado en la práctica de la meditación es el concepto de «no hacer nada». En la meditación, y sobre todo en algunas prácticas como el Zen, meditar consiste en sentarse y prestar atención a la respiración. Cuando te distrae un pensamiento, vuelves la atención a la respiración. Cuando el nivel de concentración es tan profundo que aparecen los fuegos artificiales, no les das importancia, vuelves a la respiración.

Stone lantern in the Shukkei-en garden, Hiroshima, Japan. (Photo credit: Wikipedia)

Una y otra vez, la respiración y la atención son los únicos vehículos que parecen funcionar en la práctica. Esto contrasta con mi experiencia al estudiar psicología de buscar activamente el equilibrio, la salud/bienestar del individuo. En las diferentes corrientes de psicología, bien sea conductismo, psicoanálisis, humanismo, etc., lo fundamental es que la persona avance de manera voluntaria y proactiva hacia los patrones (conductuales, emocionales o relacionales) saludables. Y con todo, en la meditación esto parece relegado a un segundo plano: si te embarga la ira, mantén la atención. Si te raptan los pensamientos, dirige tu atención. ¿Te angustia hablar con una persona? Centra tu atención en las reacciones de tu cuerpo. Parece que lo único que importa es el control de tu atención en los diferentes momentos de tu vida personal.

Parece que, en la práctica de la atención, lo que realmente importa es que dejes que tu vida sea como antes y te limites a observarla con una atención lúcida y serena. El simple hecho de «mantener la linterna encendida» obra por sí sola el milagro del cambio conductual / emocional / relacional. En esto se parece un poco a uno de los postulados del psicoanálisis primigenio de Freud, que sostenía que los desordenes del inconsciente cesan por sí sólos cuando emergen a la consciencia.

Yo me he resistido durante mucho tiempo a esta concepción casi mística de la atención. Puedes ser consciente de tu adicción a la droga, pero, ¿ser consciente te librará del acto de drogarte?

 

Todos tenemos una serie de conductas o reacciones que nos gustaría cambiar en nosotros mismos. Cuando he analizado estos patrones he descubierto que algunos de ellos han cambiado con la práctica, mientras que otros, tercos y obstinados, se mantienen a pesar del tiempo que llevo meditando. Soy consciente de ellos cuando ocurren y sin embargo están ahí. Es cierto que ser consciente de la existencia de estos patrones es un avance, pero no creo que vayan a desaparecer por el mero hecho de practicar. En determinados aspectos, en determinadas conductas que están muy arraigadas en nosotros, creo que la atención es una condición necesaria pero no suficiente para obrar ese cambio. La voluntad del cambio tiene que aparecer y luchar contra la inercia de la costumbre para desarraigar esas conductas o patrones aprendidos, y creo que debe hacerlo anteponiéndose a las instrucciones de sólo observar que están a la base de la práctica meditativa.

En mi opinión, la serenidad y la lucidez que otorga la prácitca continuada son aliados excelentes para emprender ese camino de cambio, pero no van a recorrerlo por nosotros. Hay un momento dado en el que hay que plantarle cara a los patrones que deseamos modificar y cambiarlos.

Este fin de semana, un conocido me hablaba de su compañera de piso. Tenía un problema serio de sobrepeso que le llevó a someterse a una operación de reducción de estómago. Tras la operación había perdido muchos kilos y le obligaba a comer más despacio. Poco a poco, empezó a ganar peso. Su estómago era más pequeño y no comía de manera rápida y atropellada, pero seguía comiendo mal; a base de grasas y productos precocinados. En ocasiones, decía mi amigo, comenzaba a comer a medio día y se juntaba con la cena, porque comía la misma cantidad de comida que antes pero en el doble de tiempo.

Creo que es un ejemplo ilustrativo de lo que ocurre cuando no se combina la práctica con la fuerza de voluntad. Obtienes ventajas como evitar los sentimientos de culpa o los pensamientos improductivos que  acompañan ciertas conductas indeseadas, pero sin una fuerza de voluntad que enraice una nueva forma de vida, la meditación será como sembrar en tierra baldía.

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