Cuando viajo en metro, suelo escuchar música con mis cascos. Cuando presto atención plena a la música que suena, el sonido es maravilloso. No importa que haya escuchado una canción cien veces, de repente suena con brillo, viva.
Hoy en día, hacer música es mucho mas sencillo que en el pasado. Me acuerdo que mi primo tenía un programa en su ordenador que le permitía componer. El tocaba la melodía en el teclado y luego iba añadiendo otros instrumentos con el ordenador. Podía seleccionar el segundo preciso en que el bajo comenzaba, cuantas repeticiones hacia y la velocidad exacta de los punteos.
De esta forma, mi primo iba añadiendo diferentes instrumentos, juntando en las frases y estribillos todo tipo de combinaciones de batería, bajo, violines o guitarras.
Pienso que hace un par de siglos no había ninguna facilidad para hacer este tipo de cosas. Las orquestas se juntaban para hacer ensayos y no había indicador de los tiempos más allá de un metrónomo (si acaso). Los instrumentos podían desafinarse y se requería una persona (con sus emociones y resfriados, sus hoy no he dormido bien y sus tengo hambre) por instrumento.
Que mi primo logre que diferentes instrumentos suenen acompasados es cuestión de tiempo. Hasta hace dos siglos era cuestión de disciplina. De practicar una y otra vez, todos juntos.
Orquestas enteras de decenas de personas que por la ignota magia de la repetición aprenden a sonar armónicamente.
Me pregunto si las personas del futuro, cuando las orquestas estén olvidadas verán esa armonía como algo imposible. ¿Tocar tantas personas juntas sin una tecnología que te indique cuando entrar y cuando parar? Para alguien que haya vivido en un entorno sumamente tecnólogico y no conozca los resultados del esfuerzo humano le puede resultar inconcebible.
El peligro no es que lo vean imposible, sino que consideren que la práctica disciplinada y continua no pueda tener unos resultados así. Si se pierde la fe en la practica, se deja de lado o se buscan sustitutos mas amables.
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