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El otro día me decía un amigo interesado en la meditación, que encontraba bastante difícil eso de sentarse y dejar la mente en blanco. Decía que era una persona muy inquieta y nerviosa y que no sabía cómo iba a poder aguantar una clase de meditación simplemente prestando atención a la respiración.

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Esta pregunta es bastante recurrente con la gente que se inicia en la meditación y hay muchas formas de responder. A mi me gusta recordar que la meditación tiene que ver más con ejercitar la atención que con mantener la mente en blanco.

Para el budismo, la mente es un sentido más. Como en los otros sentidos que todos conocemos, hay un órgano encargado del sentido y una cualidad asociada. Si para la vista el órgano es el ojo y la cualidad es ver, para la mente, el órgano sería el cerebro y la cualidad el pensamiento.

Cada uno no tiene más que un control parcial de los sentidos, y ese control tiene que ver con la atención. Por ejemplo, nadie puede elegir no ver. Es físicamente imposible cerrar los ojos. La anatomía humana no nos lo permite. ¿Vosotros conocéis a alguien que pueda? Yo, desde luego, no.

Tanto es así, que lo único que podemos hacer es bajar los párpados, que no son más que una cortinilla de piel, para mitigar la luz que nos llega. Con el tiempo hemos aprendido a desviar nuestra atención del sentido de la vista cuando los párpados están bajados, pero en ningún momento el ojo deja de ejercer su función visual. Podéis comprobarlo fácilmente. Sólo tenéis que bajar los párpados y centrar vuestra atención en la vista para notar los cambios que se producen al encender y apagar la luz de la habitación en la que os encontréis.  Las cortinillas de piel no son opacas del todo, ¿verdad?

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Con nuestros pensamientos ocurre algo parecido. Nuestro cerebro está diseñado para pensar. En imágenes o palabras, pero está hecho para eso.

Los sentidos tienen determinadas reacciones automáticas que aprendemos con el tiempo. Desviamos la atención con los párpados bajados porque hemos asociado que esos momentos son para dedicarlos a otros sentidos o a descansar. De la misma forma, nuestra mente aprende asociaciones automáticas, como que la expresión “cerrar los ojos” tiene que ver con el acto de bajar los párpados y no con “cerrar los ojos”.

Sin embargo, existe una diferencia, y es que el cerebro puede modular la generación de pensamientos hasta cierto punto. No es posible modular los otros sentidos (esto depende de umbrales sensoriales como el rango de ondas luminosas que captamos los humanos), pero para generar pensamientos te sirve cualquier tipo de estímulos así que tienes, literalmente, posibilidades infinitas para generar pensamientos. Puedes generar pensamientos sobre lo que has visto (estímulos externos), sobre lo que sientes (internos) o incluso sobre otros pensamientos (recuerdos, imaginaciones, creencias, prejuicios…).

En la actualidad es posible que hayamos aprendido a producir muchos pensamientos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Por eso tenemos la impresión de que va a ser imposible meditar, porque quizá esa generación de pensamientos sea ya tan automática que la damos por necesaria, por inevitable.

La verdad es que no es así. Te costará más o menos, necesitarás más o menos tiempo, más o menos ayuda, más o menos trucos, pero es perfectamente posible meditar aunque seas un “pensador compulsivo”. Sólo tienes que reducir los pensamientos de manera progresiva, poco a poco. Sin prisa pero sin pausa.

Como un corredor prepara una maratón.

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