Uno de los grandes objetivos de la meditación es llevar la práctica más allá del cojín e integrarla con el día a día, que es donde realmente se notan sus efectos beneficiosos. En otras entradas he mencionado alguno de los trucos que intento practicar para ello, como cuando hablaba del frío o de prestar atención a las manos.
Lo curioso es que hay algunos portales a la presencia que funcionan lo quieras o no. Hay momentos de la vida en los que todos hemos estado en estado de presencia o en sus umbrales, aunque en esos momentos no hubiéramos oido hablar de la meditación. Son momentos de “presencia sin presencia”; en los que aparece un estado muy similar al que tratamos de acceder voluntariamente con la práctica. Quizá por eso haya gente que sin haber practicado formalmente la meditación disfruta de sus beneficios de la misma forma que nosotros lo hacemos.
La semana pasada lo apuntaron en la clase de meditación cuando hablaban de la cata de vinos. Es un ejemplo muy bueno: hay determinadas actividades en las que se requiere un alto grado de concentración en el momento presente; en el que todo tu ser está centrado en una tarea y todos los sentidos desgranan lo que está ocurriendo en el presente.
También en determinados deportes de riesgo se pueden producir situaciones cercanas a la presencia. Un amigo que ha probado el salto en paracaídas dice que el tiempo se detiene cuando te tiras. El salto en sí puede durar unos segundos, pero tu sensación interna es mucho más plena: en esos momentos el subidón de adrenalina te permite captar todo lo que ocurre a tu alrededor con una claridad excepcional. Eres plenamente consciente de todo lo que sucede de una forma muy distinta al estado de conciencia ordinario.
Aunque no tenemos por qué acudir a sensaciones tan extremas. ¿No os ha pasado alguna vez que tenéis una cancioncilla en la cabeza, o un “runrún” continuo y de pronto se para? Son esos momentos de «parón repentino» en los que de repente te das cuenta del silencio que hay y notas la diferencia entre el ruido mental lo que había hace un segundo y la limpieza posterior.
Para mi, el portal de “presencia sin presencia” que puede ser más reconocible es el del deporte. Yo también tuve una temporada de ir al gimnasio con regularidad y, aunque al principio me costaba mucho físicamente, al cabo de un tiempo llegué a ese punto que todos los deportistas describen de “cambio de chip”. Entonces, correr, hacer pesas o abdominales se convertía en un momento de concentración y vitalidad muy interesante. Los problemas y preocupaciones simplemente se desvanecían y te quedabas concentrado en tu tabla de ejercicios. Supongo que esto funcionará mejor con unos ejercicios que con otros: por ejemplo, una tabla de máquinas en la que tienes que contar las repeticiones que llevas puede que sea más proclive a generar ese estado que una clase grupal de aerobic, pero es muy posible que ambos puedan tener el mismo efecto.
Si realmente ese tipo de presencia sin presencia, pueden surgir cuestiones muy interesantes. Por ejemplo, están esos amantes de los deportes de riesgo que lo practican para “sentirse vivos”, ¿tendrá el mismo efecto para ellos la meditación? O en el caso de los deportes, ¿y si es ese aspecto de atención plena lo que lo hace tan beneficioso? ¿Qué papel juega entonces la metaconciencia (ser consciente de que estamos siendo conscientes)?
Ser consciente, estar presente en el Ahora es menos arriesgado que buscar peligros y actividades de alto riesgo para recibir ese «subidón» de adrenalina.