Esta situación extraordinaria que estamos viviendo hace que nos demos cuenta de aspectos que ya ocurrían pero que, por cotidianos, los pasábamos por alto. Uno de esos aspectos es vivir la realidad a través de pantallas.
En estos días de estar en casa, nuestro contacto con el mundo y con los otros se produce a través de nuestros dispositivos. Ordenadores, teléfonos, tablets, televisores, radios. Quedar con nuestros amigos a través de reuniones virtuales por whatsapp o hacer videollamadas con familiares todavía tiene ese sabor de lo inusual que nos hace ser más conscientes de que estamos frente a una pantalla en lugar de estar con otra persona en carne y hueso. Mientras dure la sensación de excepcionalidad nos daremos cuenta de que esa no es la realidad. Mientras no nos acostumbremos a esto, recordaremos que estamos mirando a través de una pantalla.
¿Lo que veo no es real?
No es que lo que nos llega a la pantalla no esté ocurriendo, es más bien que no nos está ocurriendo a nosotros en el momento de verlo en la pantalla. Salvo los médicos, enfermeros y otros asistenciales que trabajan en la primera línea, ninguno de nosotros ha visto en persona la magnitud de la infección. Sabemos de ella por las noticias de la televisión que de vez en cuando muestran imágenes en directo de los pasillos abarrotados de los hospitales. Lo sabemos por las pantallas de los móviles cuando nos llega alguna foto o meme de los personales asistenciales cansados y solicitando ayuda.
Sabemos que esa no es la realidad en el sentido de que no es algo que percibimos de manera directa a través de nuestros sentidos en este instante. Es real en el sentido de que está ocurriendo, pero no me está ocurriendo a mí aquí y ahora. No es el presente percibido por mí. Es el presente capturado y envasado que yo asumo como una realidad compartida.
¿Cómo nos afecta esa realidad indirecta?
Nos emocionamos, claro. Nuestra maravillosa naturaleza humana nos permite emocionarnos ante realidades que no están ahí, que están filtradas. Sentimos temor ante los números, sentimos esperanza ante las heroicidades, sentimos preocupación ante la incertidumbre. Todas estas historias que nos emocionan no las vivimos nosotros sino que nos las cuentan nuestros semejantes, y otorgamos una solidez real a las palabras que nos cuentan y a las imágenes de las pantallas. Nuestra realidad entonces no es la pantalla que vemos o escuchamos, sino la representación que nosotros hacemos de esas palabras e imágenes.
Este mecanismo biológico nos ha permitido sobrevivir a lo largo de los siglos con muchísimo éxito. Por ejemplo, nuestros antepasados podían compartir el temor sobre el león aunque sólo uno del poblado lo hubiera visto. Hoy en día también tiene una utilidad social, ya que compartimos un código cultural a través de aquello que vemos en los demás. Seguimos aprendiendo a través de una realidad vicaria, ya que damos importancia a lo que dice una autoridad, sea un científico, un profesor, o un legislador. También el cine aprovecha ese recurso innato, cuando muestra imágenes o historias que conectan con esa emoción aunque no estemos viviendo lo que le ocurre al protagonista.
¿Cuál es mi realidad?
Por muy útil que pueda resultarnos esta capacidad de representación, es necesario recordar de cuando en cuando qué es la realidad y qué es un mapa de esa realidad.
Para recordar que lo que estamos viviendo es una realidad mediada, no directa, hay que acudir a las sensaciones corporales. No hay sensación táctil en mis dedos de lo que está ocurriendo en los hospitales, salvo la presión del dedo en la pantalla de mi tableta. No percibo ese olor característico de los centros sanitarios en mi casa cuando veo las noticias. Tampoco siento la humedad de la lluvia cuando muestra imágenes de ciudades con calles vacías.
Cuando se habla de ejercitar el aquí y el ahora a través de mindfulness se trata de ejercitar esa conciencia que distingue entre la realidad sensorial y el mapa que creamos en nuestras mentes con la información que nos llega. No se trata de despreciar esas noticias, sino de saber que eso está en otra categoría diferente.
A medida que ganamos destreza en esa diferenciación será más sencillo centrarse en las cosas que nos afectan ahora: establecer planes para hacer en tu casa cada día, enfocarte en los problemas de comunicación que surgen por estar conviviendo en situaciones atípicas, diseñar una estrategia para recuperar el trabajo perdido, etc. La realidad mediada por las noticias depende precisamente de las noticias que nos llegan y por tanto es menos controlable. Al haber menos sensación de control de esa información se incrementa la incertidumbre y la ansiedad.
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