Volvemos al trabajo. Dentro de poco comenzamos un nuevo curso de iniciación al mindfulness en el que enseñaremos los fundamentos de la atención y de la serenidad.
Cuando un alumno comienza a practicar mindfulness, lo hace movido por, entre otras cosas, sentirse mejor ante el estrés, la sobrecarga de pensamientos y una serie de emociones negativas.
Sin embargo, si analizamos con más cuidado esa intención del alumno estándar, lo que observamos a menudo es que desea mantener su estilo de vida actual, eliminando exclusivamente aquello que le genera malestar.
Esta forma de pensar es errónea. Si la mantenemos podremos alcanzar un cierto bienestar temporal pero en seguida sentiremos de nuevo esa sobrecarga.
Los aspectos negativos de la vida que vivimos no surgen de un lugar aislado, ajeno, extraterrestre. Lo negativo surge de las mismas cosas que nos permiten tener la vida que nos gusta. No es posible extirpar sólo una parte de esas cosas. Todo está enlazado. Es como pedir que el agua de la lluvia no nos moje pero el agua de la piscina sí.
Si queremos vivir en una ciudad con una variada oferta de trabajos cualificados, en empresas de renombre, con cultura, ocio, restaurantes y demás. Si queremos ganar suficiente dinero para pagar determinados gastos de nuestros hijos o familiares, tendremos que asumir un ritmo de vida que nos genere estrés y pensamientos.
Para equilibrar esta situación y sentirnos menos estresados, hay varias formas. Una de ellas es el mindfulness. Pero hay que practicarlo todos los días durante un mínimos de 20 minutos, y eso implica, a veces, que hay que renunciar a otra cosa.
Este no es un mensaje muy popular. En nuestra cultura se ha perdido la noción de renuncia. Creemos que podemos tenerlo todo. En todo momento, a todas horas. Hemos interiorizado la creencia irracional de que todo es posible. Y no es así. La renuncia es una parte importante de la vida.
Es como el silencio en la música. Se necesitan espacios de silencio para que las notas puedan sonar. De la misma forma, es necesario renunciar a determinadas cosas para poder dar cabida a otras nuevas.
En nuestro mundo tengo la impresión de que hemos sustituido la renuncia por el agotamiento. La renuncia implica una decisión voluntaria de abandonar algo. El agotamiento implica que el objeto, experiencia o persona ya no te proporciona lo mismo que antes y por tanto lo cambias. Has “agotado” la relación, la afición o la experiencia.
Por ejemplo, observo que mucha gente deja de salir de fiesta no por una decisión voluntaria, sino porque ya no les divierte como antes. Han agotado el salir de fiesta y lo sustituyen por otra cosa que satisfaga sus gustos actuales.
En la renuncia hay un matiz diferente. Puede que aquello te siga proporcionando cierto bienestar, pero sabes que no te conviene. Decides abandonar ese hábito para dar cabida a otro que te resulta más beneficioso.
El simple hecho de decidir por ti mismo qué hacer con tu vida ya es valioso. No te manejan los vientos de los deseos cotidianos. Esos que te venden en los anuncios o en la cultura general.
Pero también está el hecho de que durante 20 minutos al día vas a renunciar a algo que seguramente sea una fuente de estrés o de pensamientos para sustituirlo por 20 minutos de desestrés y de liberación de pensamientos. ¡Esto supone 40 minutos de salud !
¿Has renunciado a algo últimamente? ¿O crees que puedes tenerlo todo, en todo momento y a todas horas?
Comentarios recientes