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Si hay una palabra que está marcando el inicio de este 2020 es coronavirus. Y si hay una emoción asociada a esta nueva situación es el temor.

Es un temor que se ha ido construyendo de a poquito, como explicaba en mi entrada anterior. Ahora, en mayor o menor medida ese temor se hace más palpable. Incluso el mecanismo que ha puesto en marcha el Gobierno de España es muy descriptivo: estado de alarma. Una alarma es algo que nos avisa de un peligro. En términos emocionales, encontrarse en estado de alarma implica estar sobresaltado, asustado. Es por tanto un momento excelente para hablar de la emoción del miedo y cómo se trabaja el miedo desde el mindfulness.

La emoción del miedo es una de las más primarias que tenemos. Es la que se vincula de forma más directa a nuestro instinto de supervivencia. Sentir miedo cuando estamos frente a un incendio, por poner un ejemplo, nos permite actuar con rapidez para ponernos a salvo a nosotros y a nuestros seres queridos.

En toda respuesta emocional hay un mecanismo de respuesta consciente e inconsciente que desarrollé en esta otra entrada. Aquí me voy a centrar en aspectos más prácticos (es decir, más relacionados con el ejercicio de la meditación), y con la emoción concreta del miedo, que tiene ciertas particularidades.

El miedo, aunque puede desencadenarse por situaciones y estímulos muy concretos y externos, también puede servirse de nuestros pensamientos para engancharse a nosotros. Piensa en el ejemplo anterior del incendio y en la situación actual del Covid-19. En el primero hay un evento indudable de peligro. Ves el fuego en un bosque cercano y ya reconoces el peligro, no necesitas pensar mucho más. Sin embargo, en una situación como la del coronavirus las cosas no son tan evidentes desde el primer momento. Como decía en la entrada de la semana pasada, hay más probabilidades que certezas, lo que hace que el primer virus que nos infecte sea el de la incertidumbre. Es en ese momento cuando los pensamientos sobre la situación van incubando el miedo.

Muchas veces, las emociones se sirven de los pensamientos para gestarse o mantenerse en el tiempo. Por eso lo primero que tenemos que practicar es el darnos cuenta de cuándo nuestros contenidos mentales están generando o sosteniendo la emoción del miedo. Nuestra capacidad cognitiva debe estar a nuestro servicio para comprender, planificar y tomar decisiones. No para mantenernos en un estado de alarma continuo. Por tanto, si te descubres a ti mismo enganchado en anticipaciones angustiosas, corta ese tren de pensamientos de manera consciente.

Teniendo en cuenta la gestión de los pensamientos, una parte importante de la meditación consiste en dirigir la atención al cuerpo. Las emociones se viven en él, por lo que la primera parte de la meditación sobre el miedo consiste en saber convivir con las sensaciones corporales que nos produce.

Ahora se presenta un reto interesante para muchas personas: aprender a convivir. Las medidas que se han tomado (en España y otros países) de restringir los movimientos, nos obligan a muchos a estar en casa. Eso significa pasar muchas horas con personas con las que no convives tanto tiempo. Desde padres con sus hijos, parejas y compañeros de pisos. Tenemos que estar juntos en espacios reducidos. Cuando las circunstancias son agradables a nadie nos importa. Incluso buscamos esa compañía. Pero estas circunstancias no son del todo agradables y no las hemos escogido nosotros. Nos vienen dadas

Lo mismo ocurre con las sensaciones del cuerpo. Cuando las sensaciones del cuerpo son agradables o las hemos escogido nosotros, todo es maravilloso. Pero cuando aparecen sensaciones poco gratas, nadie quiere estar ahí. También esas sensaciones las consideramos como impuestas, como que no las queremos sentir y ha venido algún agente oculto de nuestro cuerpo a establecer por decreto la sensación de miedo, de ira, de ansiedad.

En esos momentos, hay que tratar de observar con la mayor objetividad posible qué es esa emoción. Hay que armarse de valor y paciencia y mirarla cara a cara. Sentir qué significa el miedo en tu cuerpo. Sin añadir ni quitar nada. Sin dejar espacio a pensamientos que quieran avivar esa sensación o que censuren su existencia. Observar con ojo clínico dónde la sientes, cómo la sientes, cuáles son sus fronteras, cómo va cambiando. ¿Está en el pecho? ¿en la boca del estómago? ¿dónde acaba exactamente? ¿se siente como un peso? ¿tiene temperatura?

Poco a poco, uno se va acostumbrando a convivir con las emociones, que al fin y al cabo están ahí para ayudarnos, al igual que las personas con las que convives.

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