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Daniel Goleman explica en su libro «Focus» que la ciencia cognitiva distingue entre dos formas de procesamiento mental: el procesamiento descendente, o de arriba hacia abajo, y el procesamiento ascendente, o de abajo hacia arriba.

El primero tiene ese nombre porque domina la actividad neocortical, la de las estructuras avanzadas de nuestro cerebro. Son las que regulan nuestra atención ejecutiva y el racionamiento, por decirlo así, lógico. El segundo es ascendente porque lo que prima es la actividad subcortical. Es la que está relacionada con nuestra actividad emocional, intuitiva y, en cierto modo, impulsiva.

La mente descendente (racional) consume más recursos y es más elaborada y lenta. La ascendente es rápida y permite activar conductas en milisegundos. ¿Os suena el término compra emocional? Cuando los grandes almacenes sitúan los chicles, las pilas y otras cosas pequeñas y atractivas cerca de la zona de caja, buscan generar una compra basada en criterios ascendentes. No paramos mucho tiempo a razonar si lo necesitamos o no, sino que lo vemos, nos llama la atención y en una evaluación emocional (superficial) coste-beneficio, lo incluimos en nuestro carro de la compra.

La práctica del mindfulness busca romper los automatismos, incluidos los que se producen con las respuestas emocionales e impulsivas que propicia el procesamiento ascendente. Parte de la práctica que mencionaba en la entrada anterior consistía en eso: el lenguaje es una función neocortical, y poner una etiqueta a las emociones cuando éstas se producen apela a las estructuras superiores del cerebro para evitar esa impulsividad irracional.

Si habéis estado practicando la detección y nomenclatura de las emociones, ahora podréis ser más consciente de ellas y tendréis más ayudas para gestionarlas. El siguiente paso es quedarse con la emoción, especialmente si son «negativas»

Cuando surge una emoción que consideramos «negativa», es lógico que nuestro primer impulso sea actuar de manera automática para evitarla o escapar de ella. Si surge la ansiedad queremos calmarnos al momento, si estamos cabreados queremos serenarnos, si surge la tristeza queremos que desaparezca y volver a reír. El problema con este tipo de conductas es que no nos ayudan a comprender y gestionar las emociones. Nos movemos de manera automática e impulsiva tratando de estar «agustito». La satisfacción temporal que proporciona una reacción impulsiva (ascendente) a esa emoción no nos ayudará cuando una situación análoga aparezca de nuevo.

La alternativa es la gestión emocional, y para la gestión emocional es necesario conocer la emoción, quedarse con ella. Aunque no nos guste esa emoción.

Tenemos muchas formas de escapar de las emociones negativas. Puede que comiences un discurso interno de queja o juicio hacia otros. Sorprendentemente, consideramos la crítica o el enfado mucho más tolerable que la frustración, y cuando algo no sale como queríamos o nos cambian los planes, comenzamos a despotricar contra otros en lugar de buscar formas más saludables de superar el nuevo obstáculo. Quizá la tristeza o el victimismo sea el pistoletazo de salida para permitirte conductas que de otras formas no te consientes a ti mismo (como tomarte esa ración extra de postre).

Observa qué patrones se desencadenan en tu día a día relacionados con las emociones negativas. Para ello puede que te resulte útil observar la emoción negativa con las gafas del explorador, del curioso. Cuando sientas esa emoción, mira a ver dónde te lleva. Pregúntate qué está haciendo ahí.

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